Estaba segura de que no le darían permiso. Era sábado. Llamó a Lucila
para hacer la coartada. Ella los convenció de que la dejaran quedarse esa noche
hasta más tarde “ya que tenían que terminar el taller de matemáticas para el
lunes”. Salió hacia las 6 con un poco de remordimiento por la mentira, pero
tenía derecho a divertirse después de todo. La fiesta a la que asistiría con su
amiga prometía ser de lo mejor. Además, estaba invitado allí también, Tiberio,
su ex novio. Lástima que sus padres, especialmente su mamá, se hubieran opuesto
a esa relación.
Al llegar, ya había comenzado el baile. Pero antes se deleitó con los
ricos pasabocas y una copa de vino. La música estaba en todo su furor. Tiberio,
en cuanto la vio, vino hacia ella y desde ese momento no se separó de su lado.
Pero se notaba que ya había bebido más de la cuenta. Sin embargo, en medio de
la euforia Sarai se dejó llevar de él, y todo pareció de nuevo posible, como
antes. Un beso y una caricia fueron suficientes para saber que seguirían el noviazgo.
Bailaron y tomaron más vino sin darse cuenta del tiempo.
Hacia la medianoche Tiberio la invitó a dar un paseo por el jardín. Se
sentaron en medio de la oscuridad y él comenzó entonces a fumar un poco de
hierba.
—¡No puedo creer que te guste esa porquería!… —dijo Sarai.
—Nena, no te pongas así, mejor disfrutemos el reencuentro. ¡Vuela
conmigo!…— contestó Tiberio sin dejar de aspirar el porro y con los ojos
enrojecidos. Entonces propuso de repente:
—Mejor demos una vuelta en el carro. Te gustará, y regresamos a la
fiesta, qué dices.
— Mira, tengo que volver a casa, mamá y papá deben estar ya esperándome.
Ellos creen que estoy con Lucila terminando un trabajo del colegio…No podemos
demorarnos.
— Vale, no te preocupes, te llevo en el mismo carro entonces.
No se despidió de Lucila ni de nadie. Arrancaron y pronto estaban
tomando por la vía principal rumbo a su
barrio. Tiberio estaba en realidad poseído por la alegría. De verdad iba
rápido y para completar, su mano derecha no dejaba de acariciarla, e incluso,
él mismo se inclinaba con frecuencia para besarla mientras el auto seguía
corriendo. Ella le pidió que pararan un momento. Le daba miedo verlo tan
borracho conduciendo de esa manera. El orilló el carro y entonces comenzó a
acosarla, a querer hacerle el amor allí mismo. Sarai se dio cuenta de que
estaba en problemas. Era demasiado precipitado para ella. Razón tenía su mamá,
ahora lo reconocía. El chico era un irresponsable. Sólo reaccionó cuando tuvo
que darle una fuerte cachetada.
—Tiberio, no más…¡Llévame a casa por favor!
Él la miró rabioso, encendió de nuevo y
arrancó, esta vez a una velocidad inusual.
—Entiéndeme por favor, Tiberio, apenas tengo 17 años y…
—¡Cállate, estúpida!
—¡Cómo pude ser tan pendeja otra vez!
—dijo Sarai casi a punto de llorar.
Tiberio aumentó la velocidad, sin respetar semáforos y sobrepasando a
otros carros imprudentemente. Aunque Sarai le rogó varias veces para que
disminuyera la velocidad, Tiberio pisó más el acelerador.
De pronto una gran luz los cegó, de frente. Sarai quiso gritar, pero no
pudo ni abrir la boca. Vino entonces la oscuridad total.
Sarai, quizá entre la conciencia y la inconciencia alcanzó a sentir
luego entre brumas que algunas personas la rescataban de entre las latas
retorcidas y el fuego. Voces lejanas parecían repetir:
—¡Un teléfono por favor, hay que llamar al 911!... Esta gente está muy
mal …
En el quirófano, tuvo un instante de claridad para pedir:
— Por favor, llamen a mis padres. Díganles que sólo quería divertirme.
Por favor llámenlos y díganles…
Ella era la única sobreviviente, al menos por unos minutos más. La
enfermera y los médicos se miraron.
— ¿Por qué no llaman a sus padres, como está pidiendo? — preguntó
alguien.
— La pobre no sabe que el carro contra el que se estrellaron era el de
sus papás que venían a buscarla… — dijo el cirujano.
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